domingo, 20 de abril de 2014

Orlando - Virginia Woolf

A cada paso creía ver algún hombre detrás de las zarzas, o alguna vaca brava agachando los cuernos para embestirla. Pero no había más que los grajos alardeando en el cielo. Una pluma de un azul acerado cayó entre la maleza. Orlando adoraba las plumas de pájaros. Las había juntado cuando niño. La recogió y se la puso en el sombrero. El aire, de algún modo, animó su espíritu. Los grajos circulaban y giraban sobre su cabeza, pluma tras pluma descendía, en un brillo por el aire purpúreo, y Orlando los seguía; con su capa ondeando a su espalda, por el páramo, sobre la colina. Hacía años que no había caminado tan lejos. Seis plumas había recogido del pasto y había deslizado entre las yemas de los dedos y había llevado a los labios para sentir su lisura, cuando divisó, brillando en la ladera, un estanque de plata, misterioso como el lago en que Sir Bedivere arrojó la espada de Arturo. Una solo pluma tembló en el aire y cayó en mitad del estanque. Entonces la arrebato un extraño éxtasis. Tuvo un desatinado impulso de seguir los pájaros hasta el borde del mundo, o de arrojarse en el musgo esponjoso y beber el olvido, mientras la risa ronca de los grajos resonaba en lo alto. Apuró el paso; corrió; tropezó; las ásperas raíces de la maleza la tiraban al suelo. Se había roto el tobillo. No se podía levantar. Pero así se quedó tirada, feliz. La fragancia del mirto de los pantanos y de la ulmaria estaba en sus sentidos. La risa ronca de los grajos en sus oídos. “He dado con mi compañero” murmuró. “Es el campo, soy la novia de la naturaleza”, murmuró, entregándose en éxtasis a los fríos brazos de la hierba, envuelta en su capa, en la hondonada, junto al estanque. “Aquí me quedaré (una pluma cayó sobre su frente) He encontrado un laurel más verde que el lauro. Siempre estarán frescas mis sienes. Estas son plumas de pájaros silvestres- plumas de lechuza, plumas de búho. Tendré sueños fantásticos”.
“Mis manos no usarán anillo de bodas”, prosiguió, quitándoselo del dedo. “Las raíces se enroscarán en ellos” […]

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